domingo, 1 de septiembre de 2013

EL RELOJ TRANQUILO DE TIERRA ESTELLA



La revista Euskal Herria me encomendó que recorriera los numerosos tesoros patrimoniales de Tierra Estella-Lizarraldea. No imaginaba que esta comarca navarra donde los semáforos se olvidan tuviera tanta potencia, la aprovechada por cientos de peregrinos, la que llevó a decenas de religiosos a meditar allí, la escogida por tantas aves...



Texto y fotos: Cristina M. Sacristán




El circo de Urbasa llena las retinas y el alma de fuerza y de paz a la vez...




  Cuál es la razón por la que japoneses, franceses, ingleses, italianos, estadounidenses, holandeses o coreanos caminan a la una del mediodía bajo un sol de justicia y mochila al hombro, de buen humor, por la N-1110? Tras explorar durante bastantes días los inabarcables tesoros que ofrece la comarca de Lizarraldea, a una se le ocurrían, principalmente, cuatro razones. Por un lado, el paisaje va cambiando y sorprendiendo, desde esas poderosas sierras de Lokiz, Codés y Urbasa; pasando por vestigios monumentales colocados literalmente en el cielo, en lugares privilegiados. A la vez, dichas iglesias, castillos, ermitas, puentes, cruceros o palacios conforman un maridaje perfecto con esas joyas naturales, y la paz automáticamente inunda al visitante. Es fácil meditar y encontrarse con uno mismo aquí. Si añadimos una gastronomía de primera y la simpatía y hospitalidad de la gente, parece difícil resistirse a disfrutar de cómo el tiempo se detiene en Tierra Estella.

  El peregrino multicultural sabe de todo ello y se sumerge en caminatas espirituales y llenas de riqueza. El contacto humano se hace fácil, y a veces se olvida cerrar el coche con llave. En ocasiones la persona que custodia un monasterio o una iglesia se convertirá en nutritiva cicerone, y otras los afanados responsables del Centro de Estudios Tierra Estella, o los componentes de las oficinas de turismo, sugerirán cómo adentrarse en parajes donde retrasar el reloj... En cambio, a veces serán el camarero, los viandantes, los ancianos charlando mientras toman el fresco o la cuidadora búlgara quienes indicarán al visitante cómo acceder a ciertos lugares, además de otras ideas que comparten con afán.





Sancho Garcés I alza la vista con orgullo, desde su reposo en el pueblo de Villamayor.


  A lo largo de kilómetros, muchos días sólo el canto de los pájaros interrumpe la quietud. Luego, al llegar a las poblaciones, los rotundos navarros hablarán con sus voces dotadas para la jota y bastante buen humor. Ellos saben de sus virtudes y las comparten con gusto. Como esas menestras, espárragos, pimientos, chuletas y ensaladas que contribuyen a disfrutar del viaje. Sin desmerecer el pintxo-pote, también arraigando en sus principales localidades...

  Estella-Lizarra es el núcleo de la comarca. Antes de 1090 contenía un poblado vascón, hasta que el rey Sancho Ramírez concedió el fuero de Jaca a sus repobladores. De trazado medieval, hoy aún su arquitectura y esos peregrinos eternos, minimales, recuerdan que el Camino de Santiago fue durante siglos la espina dorsal navarra. Destacan una serie de edificios civiles, y sus blasones, así como varias iglesias de importantes tesoros. Otra de sus joyas es el Museo del Carlismo.



En el plateresco Palacio Fray Diego de Estella ventanas y balcones están decorados.


  Caminos de colza, trigales, campos de girasoles, molinos de viento, puentes, el Urederra que desciende frío pero que invita al baño veraniego... Un holandés improvisa una acuarela mirando al río, antes de recoger sus cosas, en su bici, y buscar cobijo. Como cientos de peregrinos internacionales, está disfrutando del Camino con su casa metida en la mochila...

  Junto al Monasterio de Iratxe podemos disfrutar del Museo del Vino y de un trago en plena vía, en una fuente que dispensa la bodega homónima. Hace sol y el histórico interior de su iglesia refresca y vuelve a ralentizar los relojes. En medio de su claustro, unos niños franceses juegan a ingenieros desviando la caída del agua abundante. La fuente está cubierta por siglos de memoria, en musgo verde, en piedra erosionada...



Vistas de la comarca desde las alturas del Castillo de Banu Qasi, fortaleza elevada y distante, con gran memoria histórica.


  Desde Iratxe es fácil acceder al Castillo de Banu Qasi, y su perfil de barco embarrancado sobre la montaña. En Monjardín, unos hombres toman la fresca en la plaza. Ellos indican que "hay que coger la llave en el bar". Efectivamente, en una de tantas tabernas navarras donde dan de comer con horario de peregrino -hasta las dos- nos entregan la llave que abre la puerta del Castillo. Una vez arriba, hay que volver a dar cuerda, pues las vistas, la quietud interrumpida por las sacudidas de la bandera ante el viento, los vestigios a recomponer mentalmente, recrean un plácido flash-back.

  Esto ocurre en el Monasterio de Azuelo, donde la tranquilidad nos invade. Es un día soleado -casi todos lo son en este viaje-, y se agradece sentarse fuera, a la sombra de un árbol frondoso. Cae una piña, como en un acto de provocación newtoniana... Hay varias por el suelo y al final conformarán energéticos souvenirs de esta visita a parajes sin semáforos.





El Monasterio de Azuelo también se aparta del mundanal ruido, entre la exuberante naturaleza navarra.




  No muy lejos de Azuelo accedemos a Santa María de Codés, un capricho de iglesia con la sierra homónima a sus espaldas. Es domingo y muchos fieles acuden a la misa. Los templos que hay en esta zona, al igual que Azuelo, parecen desafiar a las leyes del urbanismo, y prácticamente se suspenden en las alturas...


  Pasamos por el Portal de Castilla y sus evocaciones medievales. Cerca, el Santo Sepulcro en Torres del Río hace pensar en cómo sus creadores lograron este redoble de ingeniería en pleno siglo XII. Entran y salen visitantes curiosos, de muy diferentes puntos del mundo. Carmen, que está de responsable, muestra con orgullo la singular planta y su cúpula.


 

Santa María de Codés se aleja del nivel del mar, elevada, con la sierra homónima de guardaespaldas. Ella sabe de su poder.




  Viana es la segunda población más importante de la comarca, después de Estella-Lizarra. Es un lugar alegre, donde las viandas atraen por doquier, destacando los asados. Y en Estella-Lizarra también seducirá el famoso gorrín asado, sin desdeñar el patxaran. Santa María tiene un pórtico espectacular, pero no es el único templo llamativo allí. Y, a nuestro paso, daremos con numerosos lavaderos con sabor añejo, y preciosos cruceros, y con huellas de romanos y neolíticas -como la Villa de las Musas o el hipogeo de Longar-, con elegantes palacios y con aljibes... pero no se lo voy a desvelar todo aquí, pues tienen que ojear las 16 páginas que Euskal Herria nos publicó al fotógrafo Koldo Badillo y a mí. Felices recorridos.

 


San Gregorio Ostiense, otra joya barroca, y su tierra rojiza (Sorlada).






Para más información: Amplio reportaje en la revista Euskal Herria (febrero-marzo 2013: primeras páginas. Aún a la venta)
Otros viajes recogidos en El Tintero
Galería fotográfica peninsular y de Lizarraldea
Turismo de Tierra Estella


2 comentarios:

  1. Cristina, gracias por tu publicación, llena de historia de lugares y gentes, haces un estudio amplio, vamos... de antropología. Lleno de detalles, que lleva a imaginártelos como en la realidad. Bonitas imágenes, así como la riqueza descriptiva de la publicación.

    Desde el Sur. José

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  2. Gracias, José. Esta comarca, al igual que Cádiz, llena de luz las retinas y el alma, así que describirla con alegría es fácil...

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